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Biografía

"En ocasiones el dominio de la técnica pictórica se revela como el principal argumento para valorar una obra; otras, en cambio, es el conocimiento de lo que funciona o no en composición, o la combinación cromática, o los efectos lumínicos que dotan al cuadro de su volumetría y profundidad, los responsables de un atractivo visual que se convierte en el mayor motivo de aprecio; pero es menos frecuente que la pintura consiga...

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"En ocasiones el dominio de la técnica pictórica se revela como el principal argumento para valorar una obra; otras, en cambio, es el conocimiento de lo que funciona o no en composición, o la combinación cromática, o los efectos lumínicos que dotan al cuadro de su volumetría y profundidad, los responsables de un atractivo visual que se convierte en el mayor motivo de aprecio; pero es menos frecuente que la pintura consiga trascender –una vez alcanzados todos esos presupuestos- el ámbito de lo formal para situarse en el plano de la sugerencia emotivo/intelectual. Es aquí precisamente donde se sitúa la plástica de Natalia Jiménez Baeza.

En su producción, donde domina el óleo, pero que aborda también –a veces combinándolas- otras técnicas como el dibujo a carboncillo o el aguafuerte, resulta incuestionable la originalidad de los temas, explorados tan intensamente en unas amplísimas series monográficas que giran en torno, principalmente, a dos asuntos recurrentes: piedras y paisajes urbanos.

Las primeras, unas pétreas naturalezas muertas que parecen cobrar vida mediante el hábil trabajo compositivo, cromático y lumínico con el que se las plantea (tan diferente en cada caso), no constituyen sólo un pretexto para desarrollar interesantes juegos plásticos gracias a una ejecución llena de contundencia formal y de sorprendentes efectos tonales, sino que tras una sincera y nada afectada expresividad logran trascender ese primer nivel de sensaciones matéricas para adentrarse en otros aspectos más ligados al pensamiento. Rocas espectrales contra sólidas rocas; guijarros autómatas frente a cantos cargados de emotividad; piedras explosivas y orgullosas frente a piedras temerosas y huidizas, o exhaustas que soportan el peso de saberse vencidas en la futilidad del azar que las ha colocado en lo más profundo del inestable monto...

En cuanto a las vistas urbanas, convertidas en una nueva y eterna gigantomaquia del hormigón, las ciudades parecen reflejar el conflicto del ser, la problemática existencial que nos hace cuestionar si hemos de aceptar sin más la febril realidad que a veces muestran, o si conjurando el caos mediante la pintura y subvirtiendo todo lo que tiene de accidental, pudiésemos dotar de sentido a una realidad cada vez más críptica y ajena, a pesar de su inmediatez.

Como en el sueño de un moderno Ulises, siempre lejos de Ítaca, N.J.Baeza concibe en su mente mil ciudades que nunca son la suya, y que en vano trata de persuadirse acercándose a ellas mil veces también, para tener la seguridad de que no es la luz del mediodía o el crepúsculo o la gente que se agolpa en las calles la causa de la hipotética metamorfosis. Si para escapar de Polifemo, el héroe se hizo llamar Nadie –siendo así todos nosotros- también esas ciudades ajenas son sin duda la nuestra, y sus variaciones las dudas de cada uno, sus distintas perspectivas nuestros diversos puntos de vista, y sus reflejos los de nosotros mismos en los demás. Por eso los cielos limpios de algunos cuadros se ofuscan en otros, y resultan sobrecogedores e inquietantes cuando se llenan de texturas y de efectos mucho más arriesgados que los habituales juegos nebulosos al uso, adquiriendo solidez y protagonismo en parte gracias a una ejecución tan decidida a base de fuertes pinceladas, pero también por la lograda combinación de armonías y contrastes: en el fondo, es la búsqueda del porqué de la naturaleza de las cosas, que pone de manifiesto el carácter reflexivo de la autora y su voluntad de hacer de la pintura campo de experimentación y vehículo de expresión.

Las eventuales referencias a lo anecdótico o a lo circunstancial de algunas escenas urbanas, que incluyen a veces personajes anónimos, no suponen -ni remotamente- acercamiento alguno a una postura que pudiera recordar a la actitud costumbrista, tan frecuente en otros artistas: su carga descriptiva sólo responde al deseo de humanizar determinados espacios y de vincular significativamente la naturaleza humana a las herméticas y despersonalizadas ciudades que sugieren algunas de estas vistas urbanas, en cuyo perfil quebrado se adivina el cristalizado interior de una descomunal geoda, ignota y prefatal, que por otra parte se sitúa en paralelo al leit-motiv de los juegos modulares de algunas piedras. Un arriesgado guiño al espectador que pretende desdramatizar su contenido conceptual, a sabiendas de que el más mínimo acercamiento a cierta espontaneidad pudiera suponer para algunos una concesión a lo trivial, que de ningún modo es tal ni se desea.

Así pues, estas dos temáticas, en su aparente dicotomía, encuentran un vínculo que sublima su naturaleza contraria, convertida entonces en un discurso paradójico. El carácter inerte de una se contrapone a la habitual viveza de la otra, natural frente a artificial, mineral frente a antrópica, orgánica y espontánea por un lado y prismática e irracional por otro, pequeña contra grande, homogénea o heterogénea, e insignificante frente a rotunda. Tras la oposición de todos estos contrarios quizá podamos encontrar argumentos con los que plantear preguntas que -como en la mayéutica- conduzcan, si no a la verdad, sí al menos a encontrar una explicación convincente de la realidad.

La autora huye pues de la representación mimética de los objetos, persuadida seguramente de que no es en el relato de sus pormenores donde se encuentran las claves que convierten lo que se percibe en idea significativa; su pintura posee una clara raíz conceptual, que se hace patente en la ausencia de contenidos objetivables desde una única perspectiva interpretativa. Todo lo cual evidencia su preferencia por la libertad y el análisis desprejuiciado de la realidad, que no se apoya en un discurso preestablecido sino en la sugerencia a adentrarse en la razón de las cosas.

Sus títulos, unas veces arbitrarios a propósito, o también numéricos y por tanto neutros, también están en ocasiones cargados de sentido –con frecuencia irónico- y ofrecen así claves que invitan al espectador a profundizar en otra realidad más allá de la superficie de los elementos descritos, y que se relaciona con el pensamiento paradójico el cual, aparejando realidades aparentemente inconexas, consigue hacer explícitos contenidos mucho más complejos que trascienden su sólo aparente simplicidad figurativa.

Materia y movimiento (espacio + tiempo) / pensamiento. Ecuación que se resuelve definitivamente en la personal y enérgica pintura de Natalia Jiménez, donde la contundencia de las figuras, sometidas al imperio del color y la luz, se hace efímera, fugaz, y acaba por disolverse en su propia esencia, que es la fuerza vital que palpita en cualquier realidad y que se expresa mediante una creatividad desbordante, aprovechando infinidad de recursos plásticos en beneficio de la necesaria autonomía del arte. Vemos, por tanto, como la amplia producción de esta autora –además de para admirar su gran originalidad y disfrutar de una brillante ejecución- puede servir en la búsqueda de certezas, que se apoya y justifica en el deseo de conocer que hay detrás de las imágenes mentales que proyectan nuestras ensoñaciones."

Javier Ordoñez Vergara
Profesor titular de Historia del Arte
Universidad de Málaga

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